Homilía - Monseñor Han Lim Moon
Domingo 23° durante el año - Ciclo A - 6/9/2020
(San Mateo 18,15-20)
“No te metas en mi vida…”
Ante esta respuesta…¿QUÉ HACES?
Si algún familiar tiene una enfermedad grave física, psíquica o adicción y al intentar ayudarlo te contesta: “no te metas en mis cosas, hago lo que quiero con mi vida”. En esta situación, ¿qué se puede hacer?
En el evangelio de hoy, Jesús nos presenta uno de los modos más difíciles y delicados del amor al prójimo: la corrección fraterna. Es decir, corregir al hermano, con quien formamos parte del mismo cuerpo de Cristo por el bautismo. Por ejemplo, si tu columna o pierna tiene algún problema, seguramente todo el cuerpo ¿no trataría de sanarlo corrigiéndolo? De manera similar, en el cuerpo de Cristo que es la Iglesia, hacemos lo mismo para sanar al hermano corrigiéndolo.
Para corregir fraternalmente a un hermano, Jesús nos ofrece tres criterios fundamentales que amplío desde mi experiencia pastoral y que también pueden servir en otros ambientes.
En primer lugar, conversar con él “a solas” teniendo en cuenta que no se trata de algo mecánico, sino de un problema humano grave que afecta al resto de la comunidad y que él no reconoce.
Entonces, ¿cómo se hace? Previamente pedir a Dios que infunda su amor y luz a quien corrige y que abra la mente y el corazón de quien será corregido para que pueda reconocer el problema. Porque sólo el amor divino hace muy delicado y prudente a quien corrige para encontrar el mejor momento, lugar y modo y dispone mejor a quien será corregido (Cf. You Tube “Han Lim Moon”: ¡La corrección fraterna!).
En este encuentro, ante todo, se da un intercambio sobre los distintos puntos de vista acerca de la cuestión, hasta que el hermano reconozca el problema en un clima de comprensión y cuidado hacia él y la comunidad.
Luego, una vez que él reconozca el problema, facilitar para que exprese su estado, dificultad y preocupación para que él mismo encuentre posibles soluciones, acompañado por el hermano que lo corrige. En este proceso es clave la actitud de quien corrige y acompaña.
Ahora, si el primer intento no resultara, como segunda instancia, el Señor sugiere plantear la cuestión entre “dos o tres” personas más.
Pero no para hacerle presión, mucho menos para tener testigos para una condena posterior, sino para que el hermano sea mejor comprendido y aceptado y que pueda recibir mejor ayuda.
Además, de esta manera, el hermano en dificultad toma conciencia de la importancia objetiva del asunto y de la preocupación de la comunidad.
Para esta corrección fraterna es muy importante la oración comunitaria ya que el Señor Jesús promete: “Les aseguro que si dos de ustedes se reúnen en la tierra para pedir algo, mi Padre que está en el cielo se lo concederá” (San Mateo 18,19). Porque Dios Padre y Jesús son los primeros interesados en que ninguna de sus “ovejas” se pierda.
Por último, si el hermano sigue cerrado en su misma posición, el responsable de la comunidad, en nombre de ella, le ofrecerá otra ayuda especializada y personalizada para su recuperación.
Y si aún no tuviera resultado positivo, el responsable de la comunidad lo apartará de la misma con la autoridad de “atar y desatar”, pero sin abandonarlo ni en la oración, ni en sus necesidades básicas. Porque la salvación se da en comunidad ya que nacemos y crecemos a imagen y semejanza de Dios Trino, es decir, Dios comunidad.
Querido amigo y querida amiga, la corrección fraterna no es nada fácil porque no somos suficientemente humildes, prudentes, pacientes y delicados por nuestras limitaciones y debilidades. Aún recuerdo un “fracaso” de la corrección cuando yo era párroco porque probablemente fallé en algo y porque también dependía de la libertad del hermano corregido.
Sin embargo, lo que nos garantiza hacerlo bien y con esperanza es el mismo amor de Dios instalado en nuestro corazón, que quiere salvar a todos en comunidad, y que se alcanza en la oración comunitaria.
Por eso el Señor nos asegura: “si dos de ustedes se reúnen en la tierra para pedir algo, mi Padre que está en el cielo se lo concederá” (San Mateo 18,19). Amén.
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