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¿Sufres por amar? Homilía Domingo 22° Ciclo A


Homilía - Monseñor Han Lim Moon

Domingo 22° durante el año - Ciclo A - 30/8/2020

(San Mateo 16,21-27)
¿Sufres por amar?                                                                                                                                                                    ¿Quieres "ganar" el mundo entero? ¿A cambio de tu vida?

Todos queremos vivir, y vivir bien. Es decir, ante todo queremos la vida e inmediatamente el bienestar material, afectivo y espiritual. Pero lamentablemente todos, sin excepción, morimos: buenos y malos, ricos y pobres…Ahora, ¿Es posible vivir bien eternamente?
En el evangelio de hoy, Jesús nos ofrece una respuesta definitiva: “El que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida a causa de mí, la encontrará. ¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida?” (San Mateo 16,25-26).
Entonces, ¿cuál es el camino de la vida eterna? Jesús nos ofrece tres condiciones:
La primera, renunciar a sí mismo: esto no significa desechar toda nuestra persona, sino poner a Jesús en el centro de la vida en forma absoluta y no a uno mismo. A su vez, es creer que la voluntad de Jesús es infinitamente mejor que la nuestra aunque sea buena. En concreto, esta renuncia, ¿a qué hace referencia?
- A no absolutizar las cosas materiales aunque son buenas y necesarias.
- A subordinar todos los vínculos afectivos humanos aunque sean muy importantes al vínculo con Jesús.
- A abandonar los vicios y pecados personales.
- En cambio, entregar en las manos del Señor, inclusive, las cosas buenas que uno quiere y, por supuesto, haciendo el esfuerzo  correspondiente. Por ejemplo, la curación de enfermedades, restablecimiento de la justicia, el bien común, etc.
En una palabra, siempre priorizar la voluntad de Dios por encima de la nuestra diciendo: “Cuando Él quiera, como quiera y donde quiera”.
Y en todo este proceso, que no es nada fácil, mi “yo” se transforma hasta tal punto que pueda decir como San Pablo: “Ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí” (Gálatas 2,20). Esto es la muerte de mi “yo” como hombre viejo para convertirme en hombre nuevo resucitado.
La segunda, cargar la cruz: que es el camino de la concreción de la muerte del hombre viejo en la vida cotidiana. Pero este sufrimiento no necesariamente es causado por un error o por nuestra culpa. Puede ser:
- El sufrimiento corporal por alguna enfermedad.
- El sufrimiento intelectual por obedecer a Dios sin comprender.
- El sufrimiento afectivo por la indiferencia y desprecio recibido a pesar de un amor sincero.
- El sufrimiento espiritual ante el silencio de Dios.
Estas cruces, bien aceptadas,  llevan a la muerte del yo interior. El paso siguiente sería la obediencia en el servicio y la entrega de la propia vida al prójimo hasta la muerte. Es la apertura hacia los demás. De esta manera, se completa la muerte del “yo” interior para resucitar con el Señor. Cabe destacar que en todo este proceso de muerte está latente la humillación.
La tercera, seguir a Jesús: que es un éxodo de sí mismo hacia la libertad y la vida pero siempre guiado y acompañado por Él, nuestro Salvador.
Ahora bien, el domingo pasado Pedro, inspirado por Dios, confesó correctamente la fe pero él no había imaginado que el plan de Dios para la salvación pasaría por el sufrimiento, humillación y entrega de la vida de Jesús para llegar a la gloria de la resurrección.
Muchos de nosotros también confesamos correctamente nuestra fe en Jesús. Pero, en realidad, ¿no estaríamos cometiendo el mismo error? Es decir, ¿no solemos imaginar sólo la gloriosa salvación del Mesías sin pasar por la pasión?
Querido amigo y querida amiga, sabemos que no existe la vida sin el sufrimiento. El que ama sufre porque ama, el que no ama sufre porque está solo. Evidentemente, es mil veces mejor sufrir por amar bien.
Hoy, Jesús te invita a compartir su modo de salvación. ¿Colaborarías con tu cruz de cada día hasta la entrega de tu vida por amor a Él y a todos los hombres?
Jesús te dice: ¡el que pierda su vida a causa de mí, encontrará la vida eterna! (cf San mateo 16,25).
 ¡Te animo y acompaño con mi oración! Amén

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