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“DURAS PRUEBAS en la vida”: ¿cómo las superas? Homilía Domingo 20° Ciclo A


Homilía - Monseñor Han Lim Moon

Domingo 20° durante el año - Ciclo A - 16/8/2020
(San Mateo 15,21-28)
“DURAS PRUEBAS en la vida”: ¿cómo las superas?
¿Tienen algún SENTIDO?


¿Alguna vez corriste para socorrer a algún familiar enfermo a la hora que sea? ¡Seguramente que sí! Y, al verlo sufrir mucho, estamos dispuestos a hacer cualquier sacrificio. Inclusive, si se pudiera, uno sufriría en su lugar con tal de curarlo, como les suele suceder a los papás con sus hijos.
El evangelio de hoy muestra que Jesús se retiró al territorio pagano Canaán. Allí salió a su encuentro una cananea para rogarle por su hija que estaba muy enferma. Pero Jesús, quien habitualmente trataba con mucha misericordia a los enfermos, sorprendentemente no respondió nada.
Y, como la mujer lo perseguía con sus gritos, los discípulos querían que Jesús la despidiera pronto. Y Jesús les respondió que su misión era atender solamente a su pueblo.
Mientras tanto, la mujer fue a postrarse delante de Jesús diciéndole: “Señor, socórreme”. Esta postración de la mujer significaba reconocer a Jesús como el Mesías y, al mismo tiempo, que Él no podía pasar sin conceder su petición, al menos que la pisara. Esta vez Jesús le respondió: “No está bien dar el pan de los hijos a los perritos”. Esta respuesta, para ella, podía ser una humillación aunque un poco atenuada, porque en esa época los judíos llamaban a los paganos “perros”.
A pesar de todo, ella respondió: “Señor,…los perritos comen las migajas que caen de la mesa de sus amos”. Entonces Jesús le dijo: “Mujer, ¡qué grande es tu fe! ¡Que te suceda lo que pides!”. Y desde aquel momento su hija quedó curada.
Ahora, ¿para qué Jesús habrá puesto una prueba de fe tan dura a una pobre mujer que suplicaba por su hija enferma? ¿Era tan necesario probarla de esa manera? ¿Qué sentido tiene esta prueba?
La prueba, como cualquier examen, sirve para conocer la realidad profunda más allá de la apariencia y, sobre todo, es necesaria para el crecimiento del hombre interior (cf. Hechos 14,22; 2 Timoteo 3,12).
Y para este crecimiento, es fundamental  la obediencia por la fe en Dios todopoderoso. Abraham tuvo que pasar por la terrible prueba de fe cuando Dios le pidió sacrificar a su único hijo como ofrenda (cf. Génesis 22,1-2.12). Y, aún más, el ejemplo por excelencia fue Jesús, tentado en el desierto y probado hasta la muerte de cruz para llegar a la resurrección.
En síntesis, ¡la prueba de Dios está orientada siempre a la vida plena, aunque cueste inmensamente!
Ahora bien, las pruebas de nuestra fe en Dios todopoderoso, al igual que las pruebas de la cananea del evangelio de hoy, muchas veces son muy duras. Porque en muchas ocasiones parece que Dios está ausente o es incapaz de impedir el mal, el sufrimiento de los inocentes, la injusticia y la muerte (cf. CIC 164; 272). Aún más, su modo de vencer el mal entregando a su Hijo en la cruz y resucitándolo nos parece absurdo o una locura.
Entonces, ¿cómo podemos pasar esas distintas pruebas tan duras? ¡Sólo por el don de la fe! Y así podemos confesar como San Pablo:
Primero, en la prueba ante lo absurdo: “Nosotros…predicamos a un Cristo crucificado, escándalo para los judíos y locura para los paganos, pero fuerza y sabiduría de Dios para los que han sido llamados” (1 Corintios 1,23-24).
Segundo, en la prueba de nuestra debilidad humillante: “Me complazco en soportar por Cristo debilidades, injurias…porque cuando me siento débil, entonces es cuando soy fuerte” (2 Corintios 12,10).
Tercero, en la prueba ante el gran dolor decimos: “Me alegro de poder sufrir por ustedes, y  completo en mi carne lo que falta a los padecimientos de Cristo, para bien de su Cuerpo, que es la Iglesia” (Colosenses 1,24).
Cuarto, En la prueba ante cualquier adversidad afirmamos: “Yo lo puedo todo en aquel que me conforta” (Filipenses 4,13).
Querido amigo, querida amiga, sé que pasar todas estas pruebas no es nada fácil cuando nos toca en la propia carne. Por eso, debemos pedir a Dios fervorosamente una gracia muy particular de la fe, la obediencia, la paciencia, la fortaleza, la esperanza. Entonces, sólo con el Señor, pasaremos todas estas pruebas y Él nos felicitará a cada uno: “¡Qué grande es tu fe!”. Amén.

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